- Los menores de ocho años, por su edad, no logran asimilar lo sucedido
- La atención deberá ser proporcionada por personal que conozca el modelo basado en el juego
Gran parte de la población vive en un estrés postraumático como resultado de la dolorosa experiencia ocasionada por el sismo del 19 de septiembre pasado que produjo severos daños materiales y lamentables pérdidas humanas, pero los menores de edad son quienes requieren, preferentemente, una atención especializada que se extienda a toda la familia para superar juntos la impresión negativa, señaló la doctora María Elena Sánchez Azuara.
La profesora-investigadora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM) explicó que el movimiento telúrico implicó para los adultos revivir lo padecido en el de 1985 y a la generación del milenio le permitió mostrar una actitud fraterna, solidaria y de colaboración ante ese momento traumático, de pánico, miedo y dolor, que les ha permitido superar, de manera gradual, el estrés.
Pero los pequeños, en particular aquellos cercanos a las zonas de la tragedia, requieren una consulta con un especialista para una valoración y aplicar algún tipo de terapia.
En caso de que los menores no acudan con un psicólogo es necesario que los padres les presten atención, establezcan un diálogo y conozcan sus sentimientos, atiendan su estado emocional para aconsejarlo y estar en posibilidad de ofrecerles seguridad, deben explicarles que lo ocurrido fue un fenómeno de la naturaleza al que deberán acostumbrarse, enfrentar y superar.
La académica del Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa de la UAM explicó que el suceso dejó como secuela “una condición de alerta permanente que se repite cada vez que ocurre un sismo o una situación de riesgo, pues todo acontecimiento inesperado puede detonar las mismas emociones de la situación traumática”.
En el caso de los menores el nivel del estrés postraumático depende de la edad, contexto y grado de peligrosidad de la experiencia vivida; de los elementos emocionales con que contaba y que le permitieron darle un significado al evento, siendo más doloroso para quienes estuvieron en escenarios de pánico.
Para superar el estrés es necesaria una pronta reintegración a las actividades de la vida cotidiana; revivir las emociones de manera diferente, a través del recuerdo u otras experiencias que brinden un significado que ofrezca un beneficio; cuestionarse qué representó en sus vidas, connotándole un valor positivo. Aquellos que no puedan superarlo requerirán de atención psicológica.
“A los infantes hay que explicarles qué ocasionó un cambio tan drástico en el ritmo de vida, ya que están expuestos a la información de los medios de comunicación que resulta traumática, incluso para quienes no vivieron el sismo, porque por su edad no logran asimilarlo, sobre todo los menores de ocho años de edad, a diferencia de los de nueve a 11 años que sí tienen elementos para comprender mejor lo sucedido y reflexionar sobre la realidad”.
La atención deberá ser proporcionada por personal que conozca el modelo de atención con niños, basado en lo lúdico, el cuento y las representaciones, “porque en el pequeño su forma de investigar la realidad y entenderla es jugando, asumiendo diferentes roles y vinculando la fantasía con la realidad.
Cuando los más pequeños viven un escenario dramático y de miedo “lo relacionan con la culpa por haberse comportado mal; por ello hay que atender sus emociones y explicarles que el sismo no es resultado de una acción incorrecta”.
La especialista en prevención para el bienestar en la infancia y la adolescencia y en espontaneidad-creatividad y aprendizaje explicó que existen diversos grados de estrés, pues éste se manifiesta como respuesta normal frente a una situación que representa peligro y permite responder y afrontar una alerta según lo requiera la situación adversa.
Pero cuando se transforma en crónico –cuando la amenaza real no está presente sino sólo de manera psicológica, transformada en una alerta continua con ansiedad y angustia– podría generar una respuesta biológica, hipertensión y diabetes en el caso de los adultos; padecimientos de garganta o problemas digestivos, en los niños.