En el marco del Día Mundial del Donante de Sangre (14 de junio, 2023) quiero compartir mi experiencia como Donante Voluntario (pidió reservar su nombre).

 Más que donante voluntario, acudí al Centro Estatal de la Transfusión Sanguínea (CETS), en la colonia Lomas de la Selva, de Cuernavaca, para apoyar a un familiar que estuvo internado en el hospital general de Jojutla, “Dr. Ernesto Meana San Román”. Le pedían más de ocho donadores por las veces que le transfundieron sangre.

 Así que opté por ir un sábado, a mediados del mes de abril de este año. Fui en sábado porque pensé que habría menos personas. Como era la primera vez que iba a donar sangre ignoraba la dinámica. Lo que sí es que me advirtieron ir en ayunas y lo más temprano posible. Con esa sugerencia, llegué a la calle donde se ubica el CETS a las 5 en punto de la mañana. Aunque en la hoja de requisitos para ser donante aparece el no ir desvelado. Para mi sorpresa, ya había seis personas haciendo fila. Era una madrugada fresca, todos estábamos abrigados, aunque sentados en el piso; en plena banqueta. Conforme transcurrieron los minutos se iban formando más personas. Día a día se entregan aproximadamente 50 fichas para donar. Si el número de personas supera esa cifra, las personas tienen que regresar cuando su tiempo se los permite. Un barrendero se acercó a nosotros y nos explicó parte del método para poder donar. Lo primero que nos sugirió fue tener la credencial del INE a la mano. A las 7:15 de la mañana, abrieron la reja principal del edifico del CETS, el cual es abrazado por el hospital “José G. Parres”. Una mujer de edad avanzada y de mal carácter comenzó a mover la fila, descartando a los familiares y curiosos, y dejando únicamente a los posibles donantes. Enseguida comenzó a solicitar una identificación oficial vigente, con fotografía. El segundo filtro era con el guardia de seguridad, que revisaba que lleváramos cubre-boca y nos ponía alcohol gel en las manos. Además de indicarnos que teníamos que quitarnos nuestros abrigos y sujetarlos a nuestro cuerpo. El tercer filtro consistía en la toma de datos: nombre, edad, religión, teléfono, número de INE, domicilio, lugar de residencia, tipo de sangre, hospital del que proveníamos y el nombre del enfermo por el cuál íbamos. El cuarto filtro era la toma de peso, estatura y nivel de oxigenación. El quinto y último filtro consistía en la toma de presión arterial y responder a cuestionamientos sobre ingesta de alcohol, de medicamentos y cirugías en los últimos días. Quien no pasaba estos filtros hasta ahí llegaba. Quien los pasaba a cabalidad, lograba llegar a la toma de muestras sanguíneas para resultados preliminares (detección de hepatitis, VIH, entre otros). Además, quien llegaba a esta fase, tiene que ir, o que lleven, su respectiva “Coca” (Coca-Cola), sea de vidrio o plástico, no importa, para reponerse del susto o de la momentánea extracción de sangre. Ese sábado llegaron poco más de 80 personas a tratar de donar sangre. Muchos fueron en vano, otros quedaron en el intento, por distintas razones, sobre todo de salud personal. Finalmente habrán sido como 20 personas todo terreno que superaron la prueba. Pude darme cuenta que el trabajo en la CETS es muy dinámico, todos trabajan como hormigas, sabiendo lo que tiene que hacer, lo que no ayuda es el espacio. Todo se hace en los pasillos: ahí bancos, ahí sillas, ahí enfermeras y enfermeros, ahí recepción, ahí preguntas, ahí todo. Lo malo de todo es que el trabajo dinámico que hay en el CETS e ve opacado por las caras largas, los malos tratos, las voces fuertes, de prácticamente todos los empleados. Excepto del guardia de seguridad que estaba en la puerta esa mañana tan desmañanada. Tal vez sea esa la razón del porqué el mal humor en el CETS. Tal vez era el día o tal vez por la hora. Más no sé si esto convenza para volver a ser “Donante Voluntario”.