La utilización de los combustibles fósiles ha sido un gran motor para el desarrollo industrial de la sociedad. Sin embargo, a medida que este recurso se agota, aunado a la preocupación global por la reducción de emisiones contaminantes a la atmósfera, entre otros factores, ha motivado el desarrollo de bioenergéticos.
Dentro del tema bioenergía mundial, uno de los esfuerzos que se realizan en la actualidad es la creación y operación de biorrefinerías para la producción de biocombustibles. Las biorrefinerías son instalaciones donde se transforma la biomasa a un amplio espectro de productos energéticos y bioproductos que puedan sustituir paulatinamente los productos derivados del petróleo.
De acuerdo con Rodolfo Quintero Ramírez, doctor en ingeniería bioquímica por la Universidad de Manchester, Reino Unido, el concepto de biorrefinería se populariza partir del siglo XX, cuando la comunidad internacional de expertos en energéticos concluye el pronto agotamiento del petróleo barato.
“En la academia, comenzamos a pensar cómo íbamos a sustituir el petróleo, entonces hubo un grupo de investigadores de todo el mundo que escogimos la biomasa como la posible fuente de reemplazo del petróleo”, destacó en entrevista para la Agencia Informativa Conacyt.
Aun cuando a nivel mundial hay un gran esfuerzo por avanzar en el tema de bioenergéticos, en México no existe una planta industrial capaz de producir biocombustibles. A nivel internacional operan 10 biorrefinerías, nueve de ellas enfocadas en la producción de bioetanol y una más en la elaboración de bioplásticos.
“La biorrefinería es un área que emerge: en 2014, se instaló la primera planta que produjo etanol a partir de olote en Iowa, Estados Unidos, con la empresa POET-DSM Advanced Biofuels. En Europa, Estados Unidos, China y Brasil, se producen biocombustibles, particularmente etanol, mientras que en México tenemos dos grandes redes alrededor del tema de bioenergéticos, una de ellas empuja la cuestión del bioetanol, pero no hay ninguna planta industrial en el país”, expresó Rodolfo Quintero Ramírez, también profesor investigador del Departamento de Procesos y Tecnologías de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), unidad Cuajimalpa.
Destacó que Estados Unidos y Brasil han comenzado a sustituir paulatinamente la gasolina para transporte por combustibles renovables como el etanol. En 2016, Estados Unidos aceptaba una mezcla de 10 por ciento de etanol en la gasolina, mientras que en este año aumentó a 15 por ciento de etanol. Por su parte, el país sudamericano utiliza 25 por ciento de etanol en mezclas con gasolina y el consumidor puede incrementarla según sus necesidades. “Podríamos pensar que algún día podría pasar esto en México”.
Para que México pueda llegar a este punto es necesario, primero, contar con la tecnología para su producción y seleccionar la materia prima para la producción de biocombustibles. En este punto, el doctor Rodolfo Quintero considera al bagazo de caña la materia prima predilecta para el desarrollo de biocombustibles a gran escala.
“Los académicos tenemos diferentes puntos de vista con respecto al tipo de materia prima que debe usarse para producir biocombustible, pero para crear a gran escala, como lo requiere México, debe ser mediante un recurso que exista en grandes cantidades. Mi opinión como investigador es que ese recurso es el bagazo de caña, porque en los ingenios azucareros se recoge la caña, se exprime y ahí queda la biomasa (bagazo de caña), este residuo puede convertirse en etanol sin que haya necesidad de hacer grandes modificaciones en las instalaciones azucareras”, expresó.
Rodolfo Quintero Ramírez, miembro nivel III del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), señaló como segunda y tercera opción los desechos de agave y del maíz, respectivamente, ya que son la materia prima sobrante de sectores en los que México es uno de los principales productores.
“Los desechos de la producción del tequila pueden utilizarse para generar etanol. Por otro lado, México es un gran importador de maíz, ya que la productividad es baja, salvo en el estado de Sinaloa, podríamos pensar en utilizar la parte del maíz que no se come, por ejemplo, el rastrojo u olotes, y producir bioetanol a través de estos”, dijo.
Respecto al tema de la tecnología, apuntó que el país aún no cuenta con la tecnología adecuada para la producción de biocombustibles a gran escala. “Si México decidiera producir etanol para mezclarlo con la gasolina, entonces deberíamos estimular a los grupos de investigación a que trabajen en el desarrollo de enzimas, conocidas como celulasas, para que eventualmente pudiéramos producirlas —a nivel industrial—. Desde hace muchos años en México hay esfuerzos científicos en ello, el problema es escoger las enzimas adecuadas para la biomasa con la que se desee trabajar”, explicó.
El desarrollo de biocombustibles representa un cambio de pensamiento en el que se ven involucrados aspectos económicos, ambientales, sociales y políticos y, por lo tanto, se requiere la participación de diversas disciplinas que estudien tales sectores.
“Producir biocombustibles no es la panacea para resolver el problema energético mundial, pueden ayudar, en algunos casos, pero se necesita un análisis ambiental, la biomasa vegetal requiere de cantidades importantes de agua, un recurso limitante en muchas partes del mundo”, subrayó.
Desde el punto de vista gubernamental, dijo, tendrá que hacerse una política pensada y dirigida a los intereses nacionales, donde se priorice la producción de alimentos y también se busque la menor dependencia de importación de combustibles.
“Pero además de estos conocimientos y habilidades técnicas, tenemos el entorno social de cómo se afectará la vida de los cañeros: de ser agricultores a obreros de fábrica. Los costos y precios de los combustibles están cambiando y no se prevé que esta tendencia vaya a modificarse en el mediano plazo, por lo que la parte económica de los biocombustibles debe revisarse con mucho cuidado“, concluyó.