Al esqueleto de Chan Hol II no se lo pudo haber robado cualquiera, el ladrón debía ser un especialista. Una persona con la preparación y el equipo necesario para sumergirse en un cenote, bucear más de un kilómetro dentro de un oscuro laberinto y ubicar el punto exacto en que se encontraban los huesos del que, hoy se sabe, era el esqueleto más antiguo de todo el continente americano.

Antes del saqueo, el primero en ver a Chan Hol II con ojos de científico fue Jerónimo Avilés Olguín, director del Instituto de la Prehistoria de América, A. C. Irónicamente, Jerónimo no encontró el esqueleto en las profundidades de un cenote sino en Facebook.
En febrero de 2012, un espeleobuzo extranjero publicó en redes sociales las fotografías de una osamenta muy bien conservada con la que se había topado al explorar una cueva inundada en la Riviera Maya. Jerónimo, que llevaba más de 15 años como espeleobuzo y 12 años estudiando fauna y esqueletos de gran antigüedad, las vio y pensó que el esqueleto podía aportar información valiosa sobre los primeros habitantes de la península. Las imágenes no revelaban ninguna pista de la localización de los huesos, así que no dudó en contactar a la persona que subió las fotos para pedirle que lo llevara a ver los restos.
Al entrevistarse con él, le explicó todo el trabajo de investigación que su grupo estaba haciendo, pero el buzo parecía no querer compartir el hallazgo, le dio “largas” y nunca lo llevó al sitio.
Un mes después, otros exploradores dieron con la localización exacta de los restos, los fotografiaron, subieron las imágenes a Facebook y le reportaron a Jerónimo la ubicación del esqueleto.
En ese instante, Jerónimo informó del hallazgo a su grupo de trabajo, que se encontraba investigando otros esqueletos en cuevas sumergidas y tenían las autorizaciones necesarias en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) para rescatar el esqueleto. Solo había que planear los aspectos técnicos para entrar a la cueva.
Pero una semana después, el 23 de marzo de 2012, cuando otro equipo de espeleobuzos entró a la cueva para fotografiar el hallazgo, el esqueleto ya no estaba. Había sido saqueado antes de que los científicos pudieran comenzar a estudiarlo.

Un trabajo bien hecho

Pero ¿por qué los investigadores no sacaron el esqueleto de Chan Hol II en cuanto supieron de su ubicación?, ¿por qué lo dejaron expuesto al saqueo?
Al contrario de lo que podría parecer, dejar a Chan Hol II en la cueva no era una receta perfecta para el hurto. El sitio del hallazgo era tan inaccesible que solo unas pocas personas en el mundo, con el dominio de técnicas especializadas de buceo, podían llegar a él.
Por otro lado, Alejandro Terrazas Mata, científico del Instituto de Investigaciones Antropológicas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), encargado de coordinar los estudios de antropología física dentro del grupo de investigación, sabía que para obtener la mayor información posible del esqueleto había que estudiar y registrar con lupa el contexto de la cueva antes de pensar en mover un milímetro los huesos, es decir, había que hacer una etapa de investigación in situ.
Al estudiar la distancia entre el esqueleto y la entrada de la cueva, la posición de los huesos y otros vestigios asociados, los científicos pueden anticipar y establecer hipótesis del origen de los restos o de cómo llegaron allí. Estas observaciones se hacen dentro del agua, sin tocar el hallazgo y forman parte de una etapa larga y detallada que, en el caso de los sitios sumergidos, puede durar años.
Esto es así porque los espeleobuzos o los arqueólogos subacuáticos solo cuentan con algunos minutos al día para estudiar el sitio. Por ejemplo, para llegar a los restos de Chan Hol II tuvieron que bucear por 40 minutos, una vez allí contaron con máximo 20 minutos para observar el lugar, hacer anotaciones, fotografías y videos, pues tenían que regresar por otros 40 minutos para volver a la salida. Cada minuto extra que los espeleobuzos pasaban en la cueva ponía en riesgo su vida.
El saqueo no permitió realizar un estudio  in situ completo de Chan Hol II, pero las fotografías que se tomaron antes del robo mostraban que el esqueleto estaba articulado, es decir, sus huesos se encontraban en la posición correcta unos respecto a otros, no habían sido movidos desde la muerte del individuo.
Para Alejandro y los demás científicos del proyecto, esto significaba una cosa: la persona había muerto dentro de la cueva o había sido colocada ahí intencionalmente en un momento en el pasado cuando el nivel del mar era tan bajo que el lugar estaba seco. Esto solo era posible si la muerte había sucedido hace más de 10 mil años, durante el Pleistoceno, cuando el mar se encontraba 100 metros por debajo de su nivel actual.
Pero para Alejandro, “nunca, por ningún motivo, se debe asegurar nada si no se han hecho los estudios correspondientes”, el antropólogo necesitaba hacer el fechamiento si quería estar seguro del pasado de Chan Hol II, es decir, había que sacar lo poco que pudiera haber quedado del esqueleto y estudiarlo.

Lo que el saqueador dejó

Según las fotografías, antes del saqueo se había preservado más de 80 por ciento de Chan Hol II. Pero cuando el grupo de trabajo de Jerónimo Avilés fue a rescatar lo que quedaba del esqueleto, solo recuperaron 10 por ciento de él. Aun así, los espeleobuzos recuperaron 155 fragmentos óseos, entre ellos cuatro dientes, los dos oídos internos, una rótula y algunas falanges.
Además encontraron un resto de mayor tamaño. A Chan Hol II le había crecido una estalagmita en el lado derecho de la cadera y el ladrón no pudo llevarse el hueso, pues estaba completamente cubierto e incrustado al piso de la cueva.
Durante seis buceos, con cincel y mazo, el equipo subacuático trabajó para sacar la cadera junto con la estalagmita del fondo de la cueva. Esos dos elementos serían la clave para descubrir la historia de un ser humano que vivió en la península en la misma época que perezosos gigantes, tigres dientes de sable y gonfoterios.