Primera. Mientras más pronto mejor.
Es imperativo aprovechar el mandato electoral, sobre todo, durante las primeras semanas, incluso días de gobierno, para dar un impulso decisivo a las reformas. Proceder así incrementa las posibilidades de éxito en la negociación y aumenta el respaldo ciudadano al programa de cambio en la etapa crucial de acuerdos con otras fuerzas y de aprobación en el ámbito legislativo.
Segunda. Más es mejor.
En México la discusión acerca del número de reformas que conviene proveer simultáneamente resultó ser un falso debate.
Quererle ponerle un límite en razón del número de reformas a lograr, francamente era un debate ocioso; más bien, fue la voluntad de las partes involucradas de distintas expresiones políticas, de advertir el diagnóstico que se tenía que sobre México, lo que se había venido posponiendo, que entonces nos atrevemos a establecer una agenda muy ambiciosa de reformas.
Y, sobre todo, no sólo definir qué queríamos hacer, sino dándole tiempos para asegurarnos que esa voluntad concurriera, realmente, en la materialización de esas reformas y no sólo fuera una carta de buenos deseos o un acuerdo de buenos propósitos, sino que se tradujera realmente en la materialización y concreción de esas reformas.
Tercera. Mantén a los beneficiarios de los cambios cerca y eventualmente muy activos.
Todo cambio estructural enfrenta las resistencias de quienes pierden privilegios adquiridos previamente.
La mejor forma de neutralizarlas es contar con el apoyo explícito de los sectores que habrán de beneficiarse con la implementación de las transformaciones.
Y a veces cuesta mucho trabajo encontrarlos, y a veces cuesta mucho trabajo alentarles a que realmente se muevan, sean actores participantes en la defensa de esas reformas, porque quienes se beneficiaban del orden anterior, a veces suelen ser más activos que quienes habrán de beneficiarse del nuevo orden.
Y que en ese nuevo orden es la gran mayoría de los mexicanos, que todavía no alcanzan a apreciar el muy corto plazo los beneficios que estas reformas tendrán para ellos, pero que en el tiempo se van haciendo tangibles los beneficios y las van haciendo propias, se van adueñando de ellas.
Pongo en ejemplo la Reforma Educativa, como ya referí en mi intervención. Si bien enfrentó enormes resistencias, hoy, en mis constantes salidas al interior de mi país, son más las maestras y los maestros que con gran orgullo me comparten que ganaron una plaza de maestro a partir de haber concursado por ella y no a partir de que alguien se las diera, de que obtuviera un beneficio por parte de alguien; sino que lucharon por ella y su mérito personal les permitió alcanzar esa plaza magisterial
Las reformas van calando y la sociedad las va haciendo suyas cuando va identificando los beneficios.
Cuarta. Ten a un equipo calificado de tu lado.
Para poder materializar o para poder alcanzar esta agenda de reformas tan ambiciosa, hay que tener un equipo calificado, para realmente lograr su concreción y su implementación.
Debe contarse con un grupo de negociadores expertos en cada uno de los ámbitos que serán reformados y es esencial que los negociadores estén convencidos de los méritos de las reformas y comprometidos a trabajar para hacerlas realidad.
Cuando no creen lo que van a defender, difícilmente tendrás un resultado positivo. Pero cuando tienes servidores o colaboradores que hacen suya y tienen la convicción del beneficio, del alcance de cada reforma, no tengas duda el éxito que vas a alcanzar, porque tendrás, en ese equipo de colaboración, defensores de ese cambio que estás impulsando.
Quinta. En caso de duda, actúa.
La democracia no supone unanimidad, siempre habrá resistencias, perspectivas diferentes y cuestionamientos a los cambios propuestos.
Hay que saber negociar, pero entendiendo que el límite de las negociaciones llega cuando no se avanza y se vuelve impostergable la toma de decisiones aún sin haber logrado el mayor o amplio consenso.
Los beneficios para la sociedad de una verdadera Reforma Estructural así lo justifica.
Sexta. Comunicar más nunca es demasiado.
Una difusión amplia de información sobre los fines, alcances y beneficios de las Reformas es francamente una inversión valiosa.
El proceso reformador exige una intensa labor de análisis, argumentación, cabildeo político, pero solo será exitoso si los actores políticos y los ciudadanos conocen y comprenden lo que está en juego.
Las lagunas de información, especialmente en los tiempos, en esta era de las redes sociales, suelen ser aprovechadas por los opositores a una reforma y resulta más difícil corregir una versión distorsionada, una vez difundida, que argumentar los méritos de la reforma desde el principio.
Y por eso digo, con todo lo que en esto se invierta para darle una amplia difusión a los beneficios, a veces ni así, a veces cuesta mucho trabajo lograr el objetivo trazado, pero hay que empeñarse en ello. Hay que difundir, hay que hablar, hay que llenar espacios, que, si no los ganan otros, y normalmente lo tenían ganando los que son opositores a los otros cambios.
Séptima. Hay que tener presente y, por eso hay que ser muy técnicos, que la última palabra siempre la tendrán, también, los tribunales.
Es indispensable cuidar cada detalle técnico y dar solidez legal a todas las medidas consideradas en un proceso de reformas, a fin de blindarlo frente a los recursos jurídicos que, seguramente, se interpondrán para descarrilar los cambios.
No sólo impulsamos reformas, nos la pasamos litigando en tribunales para asegurarnos que lo que habíamos cambiado en la ley, realmente acreditara, que se apegaba al texto de nuestra Constitución, que eran reformas constitucionales; en unas porque se cambió la Constitución y dio nuevo referente; pero, al final de cuentas, hubo que litigar mucha de la legislación secundaria para asegurar que el propósito de la reforma se pudiera cumplir.
En consecuencia, hay que tener presente que los tribunales siempre tienen la última palabra. Y de ahí la solidez técnica que deban tener las reformas.
Octava. El orden de los factores puede alterar el producto.
La secuencia de las reformas importa, la configuración y la duración de las alianzas políticas puede variar, dependiendo del orden en que se aprueben o se instrumenten los cambios estructurales.
Se debe tener presente que en el camino de las reformas se van a ir perdiendo aliados, y la estrategia de negociación debe trazarse con esta realidad en mente.
Si hubiésemos iniciado con la Reforma Energética, quizá una de las más ambicionadas, y que era para el Gobierno una de las de mayor ambición, a lo mejor hubiésemos podido hacer una reforma estructural; pero empezamos por la que tenía mayor consenso, que fue la Reforma Educativa.
Y así seguimos una secuencia lógica donde, en el camino, al final de cuentas, efectivamente, fuimos perdiendo aliados; fuimos perdiendo a expresiones que acompañaron a este paquete, y que advertimos habríamos de perderlos desde que se trazó la ruta para hacer las reformas estructurales, dada la convicción ideológica de cada una de las expresiones políticas en mi país.
Novena. El cambio es tu propia recompensa.
Lograr los cambios es difícil, pero el esfuerzo vale la pena.
Una vez realizadas las reformas, los ciudadanos irán viendo los frutos del nuevo orden, eventualmente darán por sentado este orden, eso también demuestra que se ha creado confianza y, por ende, observancia a las nuevas reglas.
El riesgo para el Gobierno radica en estancarse en los logros pasados, hay que sentir satisfacción por lo alcanzado, sin dejar de visualizar que hacia adelante siempre habrá nuevos retos y nuevas reformas que promover.
Décima. Para ganar hay que arriesgar.
Un verdadero proceso reformador que busca resolver problemas estructurales, implica necesariamente costos para quien lo promueve.
Hay que empezar con una buena reserva de capital político, quien no esté dispuesto a asumir los riesgos y enfrentar las consecuencias, no debe emprender un programa de reformas.
Aquí radica la diferencia entre sólo llegar para administrar o llegar a gobernar para reformar.