En el antiguo pueblo de Huitzilac, entre sus habitantes había una pequeña niña que destacaba por su belleza. Sus ojos eran oscuros y cristalinos como la obsidiana, su piel era como un terso lienzo de canela espolvoreada y su sonrisa aperlada enternecía hasta los más fieros guerreros. Su nombre era Zempoatl.
Zempoatl nunca conoció a su madre, quien falleció mientras estaba en labor de parto. Pero la pequeña siempre contó con el cariño de su padre y sus seis hermanos, con quienes compartía sus alegrías y tristezas.
Un día la hermosa niña jugaba con sus hermanos en la orilla de un río, cuando de pronto un apuesto joven la vio. El muchacho llevaba el atuendo característico de los tlahuicas (una antigua cultura de la región): calzón y camisa de manta, huaraches y una faja enredada en la cintura).
– Linda niña -le dijo- ¿Qué dirección debo tomar para encontrar el poblado del Ajusco? Voy para allá a entregar un encargo.
– Vas por el camino correcto buen mozo. El lugar que buscas está tras los montes que tienes frente a tu vista.
El joven asintió con la cabeza, agradeció las indicaciones y al hacerlo se percató del encantador rostro de Zempoatl. Jamás olvidaría esa dulce cara. Ambos se despidieron sonrientes y tan sólo pensaban si en el futuro se volverían a ver.
Con el pasar de los años, ella se convirtió en una hermosa mujer que era asediada por un sinnúmero de pretendientes. Ante el padre de la doncella se presentaban hombres de toda la región que anhelaban desposarla, pero en el corazón de su hija sólo había lugar para el joven tlahuica.
Una tarde cualquiera, cuando Zempoatl regresaba del río con un par de cántaros de agua a cuestas, a lo lejos, por el sendero, vio que se enfilaba hacia ella el mismo hombre del que se enamoró años atrás. Al quedar frente a frente se reconocieron, ambos se fundieron en un profundo abrazo. Pero tras unos instantes, él la empujó con tosquedad y le dijo: “Mujer, no puedo hacerte daño. Yo ya no soy libre, me he casado porque no pensé que nos volveríamos a ver”.
Al escuchar esas palabras, Zempoatl sintió que su corazón se fracturaba y mientras el hombre que amaba continuaba su andar, ella quedó sumergida en una mortal tristeza, pues a los pocos días enfermó por la desilusión y murió.
La familia de la doncella rogó a los Dioses que la regresaran de entre los muertos, mas las súplicas no fueron escuchadas. El padre y los hermanos de Zempoatl lloraron inconsolables día y noche, hasta que sus lágrimas formaron varias lagunas en aquel valle, que hoy son conocidas como Lagunas de Zempoala.
FUENTES
- Consejo Nacional de Áreas Naturales Protegidas
http://chichinautzin.conanp.gob.mx/difusion/elparque.htm