Lavarse las manos salva vidas. Además, es una práctica barata, rápida y sencilla que trae beneficios dentro de la comunidad y en la atención a la salud.
A mediados del siglo XIX, cuando aún no se reconocía a las bacterias como causantes de infecciones, el médico Ignaz Philipp Semmelweis puso en marcha una revolucionaria medida dentro de la Clínica de Maternidad del Hospital General de Viena: propuso que los médicos y estudiantes se lavaran las manos con soluciones con cloro antes y después de atender los partos.
El resultado fue una gran disminución de las muertes por “fiebre puerperal” entre las madres que eran atendidas. Lo que Semmelweis suponía es que había una especie de “materia cadavérica” causante de las fiebres, la cual era transportada en las manos de los médicos y estudiantes que manipulaban cadáveres y luego atendían los partos.
A pesar de que la mayoría de sus colegas rechazaron su postura, incluso ante la evidencia de la reducción de las muertes, el lavado de manos logró instaurarse como una práctica frecuente en la atención a la salud y con el tiempo, como parte de los hábitos de higiene entra la población.
Al lavase las manos se elimina la mayor parte de los patógenos que podrían ser perjudiciales para la salud. El lavado de manos es más eficiente cuando se utiliza jabón, que si no se utiliza.
Lavarse las manos antes de comer evita que ingiramos bacterias, virus o parásitos vía oral; mientras que hacerlo después de ir al baño elimina los microbios que podrían quedar en las manos por el contacto con nuestros excrementos. Se calcula que un gramo de heces humanas puede tener 10 millones de virus y un millón de bacterias.