Cuando la mayoría de las personas escucha la palabra sismo, automáticamente piensa en destrucción, y no es para menos, pues la energía liberada por estos movimientos telúricos puede llegar a ser devastadora. Sin embargo, para los geólogos es sinónimo de información.
Estudiar el interior de la Tierra no es una tarea sencilla, realizar una excavación lo suficientemente profunda para poder estudiar las diferentes capas supondría un enorme gasto de tiempo y dinero, por lo cual se han aprovechado algunos de los puntos más profundos que existen.
Como parte del ciclo de conferencias de divulgación científica organizadas por el Instituto Italiano de Cultura, se llevó a cabo Sismos y temblores: cómo la sismología logró descubrir el interior de la Tierra, con el fin de dar a conocer cómo los sismólogos y geofísicos estudian el interior de nuestro planeta.
Marco Calò, investigador del Instituto de Geofísica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), mencionó que existen diversas limitantes a la hora de explorar el interior del globo terrestre, como la temperatura de los volcanes, los laberínticos caminos de las grutas o la presión del agua en el caso de fosas marinas.
Ante el problema que representa para los científicos la inaccesibilidad al interior de nuestro planeta, la sismología ha ayudado a describir cómo están constituidas las diferentes secciones que conforman el planeta gracias al estudio de las ondas que se propagan cuando sucede un sismo.
Los sismos se producen por la liberación repentina de energía contenida en el interior de la Tierra. Esta energía desatada se propaga en forma de ondas, provocando que las placas que conforman la Tierra se muevan y choquen unas con otras, generando temblores que varían de intensidad, por lo que muchos de ellos son imperceptibles para las personas.
México está en contacto con cinco placas tectónicas —Placa de Norteamérica, Placa de Cocos, Placa del Pacífico, Placa del Caribe y Placa Rivera—, por lo cual, la zona es de alta sismicidad, registrándose un promedio de cuatro temblores al día.
Estos movimientos terrestres son medidos con la ayuda de un aparato llamado sismógrafo, el cual funciona ayudado de la inercia, pues se mantendrá sin movimiento a menos que se le aplique una fuerza. Esta fuerza proviene de los movimientos bruscos de la tierra, haciendo que un marcador dibuje una línea directamente proporcional a la intensidad del temblor.
Por lo tanto, cuando ocurre un sismo, las ondas de energía viajan a través de las diferentes capas que componen la Tierra, refractándose o reflejándose según la suavidad o dureza de la capa.
Con la ayuda de varios sismógrafos colocados alrededor de todo el mundo, es posible realizar modelos tridimensionales de la Tierra. Esto se logra registrando los tiempos de llegada, intensidad y ángulos en que las ondas viajan por el interior. El resultado de combinar toda la información de los sismógrafos resulta en un mapeo de hasta dos mil 800 kilómetros de profundidad, una distancia que nunca se podría alcanzar excavando.
(Agencia Informativa Conacyt)